Esclavitud infantil y abusos a los productores: ¿hay garantías de que no están detrás de lo que consumimos?

Decenas de miles de menores (algunos de solo 5 años) trabajan en los campos de cacao de Costa de Marfil (Côte d’Ivoire), el mayor productor mundial. Muchos lo hacen por necesidad, para ayudar a sus padres, y otros son llevados allí desde distintos países tras engañar a sus progenitores con la falsa promesa de una escolarización, comprándoselos o incluso robándoselos. Los obligan a trabajar 100 horas a la semana o más por un plato de comida o, en el mejor de los casos, por cantidades ínfimas y, por supuesto, nada de escuela. Por increíble que parezca, esta forma de esclavitud sigue existiendo hoy en día, pese a los compromisos a los que llegaron a principios de siglo las multinacionales y el Gobierno (también el de Ghana, segundo productor) con la mediación de EE.UU, primer consumidor mundial. Se trata de una industria con unas ventas anuales de 88.000 millones de euros y una marcada tendencia al alza. Con esta realidad y esta cifra, ¿qué parte de lo que cuesta una tableta dechocolate es para el productor? Atendiendo a los datos del Barómetro del Cacao, solo entre un 6 y un 7%, mientras que el trozo más grande del pastel se lo reparten distribuidores, fabricantes, procesadores y transportistas. El trabajo en las plantaciones de caña de azúcar de Brasil y otros países latinoamericanos se considera otra de las formas de opresión moderna, con jornadas maratonianas, las más de las veces sin descanso ni acceso a agua potable, con total sumisión al patrón, jornales muy bajos y a menudo trabajo infantil para que las familias puedan salir adelante. ¿Sabemos en qué condiciones se ha producido lo que comemos, la ropa que vestimos o la artesanía que compramos y a quién va a parar lo que pagamos por ello? “La respuesta es que hay muy pocas personas que lo sepan y que queda mucho por hacer para acercarle a la gente realidades como las expuestas, contraponiéndolas con lo que representa el Comercio Justo”. Lo dice María Fernández, presidenta de la Coordinadora Estatal de Comercio Justo (que agrupa a 27 entidades) y responsable de la cooperativa AlterNativa3, y añade que “no somos conscientes del enorme poder que tenemos como consumidores para cambiar las cosas y conseguir que se avance en el respeto a los derechos humanos y al medioambiente: consumiendo de manera responsable, justa y en función de nuestras necesidades, pero también haciendo presión”. Recuerda que ha habido empresas que han cambiado sus políticas, aunque no es fácil lograrlo.

Qué significa apostar por el Comercio Justo

Comprando Comercio Justo tenemos la garantía de que adquirimos productos realizados u obtenidos sin que haya habido explotación infantil ni trabajo forzoso, en un ambiente laboral seguro y sano, en el que la mujer tiene cada vez más presencia; se nos garantiza que el productor ha recibido un precio que él mismo considera justo, que se han seguido prácticas comerciales de respeto entre todos los actores implicados y que hay menos intermediarios; y está además garantizado que se ha respetado el medioambiente y que son productos de calidad. Así nos lo explica María Fernández, que nos cuenta además cómo se determina ese precio justo para cada producto: se fija en la Asociación del Sello de Productos del Comercio Justo, donde el 50% de la decisión depende de los propios productores y el otro 50% de importadores y distribuidoras; tiene que cubrir como mínimo los costes de producción y ser competitivo, y se mantiene varios años -con independencia de los vaivenes del comercio internacional- como parte de contratos comerciales de larga duración, lo que permite a las organizaciones recibir ingresos estables y pagar salarios dignos; es un precio mínimo garantizado y, cuando el precio en la Bolsa es superior, es ese el que se paga; además incluye el “premio social”, que es un dinero que la cooperativa invierte -según decisión democrática y buscando el bienestar de la comunidad- en educación, salud, infraestructuras o en diversificar el negocio.

Desde la Coordinadora Estatal destacan el enorme esfuerzo que hacen las cooperativas para cumplir con los estrictos criterios del Comercio Justo para después no poder vender así el 100% de su producción (algunas llegan al 80%, pero no es lo habitual): “no hay suficiente demanda y una parte de lo que producen se ven obligadas a destinarlo al comercio tradicional a un precio inferior”. Por eso insisten en la importancia de fomentar la demanda, para que ese porcentaje aumente y, consecuentemente, también sus beneficios.

España, a la cola de Europa

Las ventas de Comercio Justo en España no han dejado de crecer y el año pasado la facturación superó los 43 millones de euros, más del doble que la década anterior, y un 8,3% más que en 2016. Pero seguimos estando a la cola del continente. Según María Fernández, hay varias razones que pueden explicarlo: una es que este movimiento (que nació en EE.UU, Reino Unido y Holanda buscando mejorar el acceso al mercado de los productores más desfavorecidos y, sobre todo, cambiar las injustas reglas del comercio internacional, que consolidan la pobreza y la desigualdad mundial) tardó casi 30 años en llegar aquí -no lo hizo hasta mediados de los 80- “por lo que llevamos décadas de retraso con respecto a buena parte de los países europeos”; además hay que tener en cuenta que cuando empezaba a coger fuerza nos golpeó la crisis, lo que frenó el ritmo de crecimiento, como sucedió con el comercio tradicional. Pero “también influye mucho el apoyo de las Administraciones Públicas que, en nuestro caso, prácticamente no ha existido, ni a nivel de publicidad ni tampoco de ventas” -en 2017 sus compras solo representaron el 0,39% del total- “cuando ellas son clave para que los ciudadanos sigan su ejemplo, por lo que, si apuestan por nuestros productos, ellos lo harán; de hecho lo hacen”: la presidenta de la Coordinadora Estatal nos habla del caso de Euskadi, donde fomentan la compra pública ética y la ciudadanía está más implicada, “lo que se nota en las ventas”. Tampoco el sector privado apoya lo que debería, asegura. Confía en que la situación cambie tras la entrada en vigor este año de la nueva Ley de Contratos en el sector Público, que establece para las concesionarias requisitos de consumo de productos elaborados con criterios de Comercio Justo.

El gasto medio por habitante no llega a un euro (0,93 céntimos), quince veces por debajo de la media europea. Con los últimos datos del Centro de Investigaciones Sociológicas en la mano (2014), solo el 20% de los españoles compra productos de Comercio Justo y, en muchos casos, lo hace de forma esporádica, lo cual evidencia la falta de concienciación; es más, hace cuatro años uno de cada cuatro encuestados ni tan siquiera conocía este movimiento. A pesar de estas cifras, la Coordinadora pone en valor el incremento en las ventas experimentado en los últimos años: explica que la crisis económica ha hecho que sean cada vez más los que se pregunten a dónde va lo que pagamos por lo que consumimos (cómo se reparte entre los eslabones de la cadena y cómo impacta en ellos); y habla de una mayor preocupación por la salud y por comer sano (el sector de la alimentación sigue siendo el que concentra la inmensa mayoría de las ventas -94%-, con el café, el azúcar y sus derivados a la cabeza): “el 80% de los que compran nuestros productos lo hace por cuestiones de salud, porque buena parte de ellos son ecológicos y, al igual que estos, se venden cada vez más”, y añade que valoran mucho su calidad. Nos cuenta María Fernández que la calidad es algo que tienen muy presente los productores “porque se saben bien tratados y quieren ofrecernos lo mejor”.

Y la calidad nos lleva a hablar del precio.

¿Es más caro apostar por el Comercio Justo?

“No, porque hay que comparar productos de igual calidad y, cuando lo haces, compruebas que los nuestros no son más caros”. Nos dice que -en el caso de los cafés- incluso pueden ser más baratos y que -si miramos el cacao- es importante atender a los ingredientes, porque pueden parecer más caros pero son más naturales porque no se les añaden ni harinas ni saborizantes. Y eso es precisamente lo que nos piden desde la Coordinadora Estatal: que miremos, que comparemos y que nos paremos a pensar qué contiene un paquete de café que cuesta 1 euro y, si ese es el precio de venta, qué cantidad habrán cobrado las personas involucradas en su producción, descontando, además, el empaquetado, la distribución y los impuestos. Están convencidos de que, si lo hacemos, apostaremos con más fuerza por el Comercio Justo y así, al aumentar la demanda, crecerán las ventas y los precios serán incluso mejores.

Las entidades miembros de la Coordinadora Estatal de Comercio Justo gestionan 149 tiendas o puntos de venta especializados repartidos por España (http://comerciojusto.org/tiendas), que son los únicos en los que podemos encontrar toda la variedad de productos que llegan a nuestro país con ese sello de garantía y calidad, tanto de alimentación, como de textil o de artesanía. Pero no solo eso: “además realizan un importante trabajo de sensibilización para que tengamos claro como consumidores que -dependiendo de si compramos en estas tiendas o en un supermercado o gran superficie comercial- estamos favoreciendo un tipo de desarrollo u otro”. Ellas han sufrido en los últimos años una caída de las ventas, como le ha sucedido al pequeño comercio en general, justo lo contrario a la subida que han experimentado los supermercados, que están siendo el principal canal de comercialización de productos con el sello Fairtrade (Comercio Justo), con el 40% de las ventas, seguidos de hostelería y restauración, con el 36%.

A nivel mundial, África es el continente más beneficiado por el Comercio Justo, pero en el caso de nuestro país lo son América Latina (62%) y Asia (21%): esto se explica porque compramos sobre todo café y azúcar, también té, y porque preferimos el cacao americano. En esos tres continentes están los principales protagonistas de este movimiento que son los productores y trabajadores más desfavorecidos. Por ellos van a redoblar sus esfuerzos las asociaciones integradas en la Organización Mundial de Comercio Justo -entre las que está la Coordinadora Estatal-, que acaban de refrendar sus principios y valores con una nueva Carta Internacional para poner de relieve su labor ante el aumento de la desigualdad y ante los actuales desafíos. “Porque, como decía Gandhi, la pobreza es la peor forma de violencia, seguiremos exigiendo políticas comerciales, fiscales y distributivas que pongan en el centro los derechos humanos y de las comunidades, y la preservación del medioambiente como condición fundamental para garantizar la paz y una mayor justicia global”.

P.S. En España hay dos vías para acreditar los productos de Comercio Justo:

Garantía organización, que es la que tienen las importadoras tradicionales por el hecho de pertenecer a la Coordinadora Estatal, pertenencia condicionada alcumplimiento de criterios estrictos, empezando por el origen justo de los productos que distribuyen.

Garantía producto, que es la que otorgan las certificadoras de Comercio Justo, Fairtrade u otros sellos validados a nivel internacional tras verificar que se han elaborado en condiciones justas. El año pasado el 80% de la facturación correspondió a artículos certificadoscon el sello Fairtrade.

P.S. En Youtube podéis encontrar el documental The dark side of chocolate (El lado oscuro del chocolate), dirigido por Miki Mistrati en 2010, que nos acerca esa realidad de trabajo infantil y tráfico de niños que se esconde tras el cacao que sale de las plantaciones de Costa de Marfil.

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