¡Por supuesto que no! Ni puede ni debe verse así porque la vida vale exactamente lo mismo se tenga una edad u otra. El derecho a la vida, a un trato digno e igualitario y a la asistencia sanitaria no tienen fecha de caducidad, no hay una edad a partir de la cual dejan de reconocerse: se reconocen desde que se nace hasta que se muere, con independencia de los años. Así lo proclaman la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y la Constitución española promulgada tres décadas después. ¿Por qué entonces se ha llegado a hablar en plena emergencia sanitaria de acudir a criterios como la edad del paciente a la hora de acceder a determinados recursos asistenciales en una situación de falta generalizada de los mismos? Porque la crisis que atravesamos ha puesto de manifiesto con toda su crudeza una percepción muy asentada y generalizada en la sociedad desde hace mucho –demasiado– tiempo: que los derechos y la vida de las personas mayores no valen lo mismo que los del resto, valen menos. Es lo que denuncia Grandes Amigos, que lleva más de dieciséis años trabajando por su bienestar, su dignidad y sus derechos.
“La falta de medios no puede ser la excusa”
Dicen en esta oenegé que escudarse en la falta de medios para afrontar la situación que ha generado el Covid-19 no puede ser una excusa para vulnerar los derechos de una importante parte de la población. “Ha sido el detonante que ha sacado a relucir el verdadero problema, una realidad muy grave” de la que hablamos con su responsable de Comunicación, José Ángel Palacios: la discriminación por razón de edad, “que lleva mucho tiempo ahí”.
Asegura que se transluce en la visión asistencialista y paternalista con la que tratamos a los mayores, asumiendo que tenemos que ayudarles, guiarlos y decidir por ellos porque solos no pueden, en lugar de buscar su participación activa tanto en las decisiones que les afectan más directamente -como puede ser ingresarlos en una residencia- como en la vida de la comunidad y en la sociedad en general: “Hay que hacer una sociedad por y para los mayores contando con ellos, porque tienen mucho que aportar, empezando por su experiencia”. Y esa es otra, resulta que la experiencia en los tiempos que corren no vale nada: el valor de la persona, atendiendo a la visión mercantilista que manda hoy en día, lo marca su productividad; “eso quiere decir que cuando te jubilas pierdes todo tu valor, ya no cuentas”. Metiéndolos además a todos en el mismo saco: “a nueve millones de personas que no valen nada porque así se ha decidido, sin atender a las especificidades de cada una de ellas”. Y para que les quede claro que no son más que una carga, repetimos hasta la saciedad que las pensiones son un problema cada vez mayor, “obviando con toda la intención que lo que en realidad son es un derecho adquirido”. Sin olvidarnos de la discriminación pura y dura por razón de edad e imagen cuando renegamos de todos los signos naturales de la vejez: se imponen los productos antiarrugas, para tapar las canas, rejuvenecedores… “y eso actúa como una gota china que hace que acabemos rechazando, aunque sea inconscientemente, no solo la vejez sino a quien atraviesa esa etapa de la vida”. Personas a las que, además, tendemos a infantilizar por el mero hecho de que tengan cierto deterioro cognitivo o algo tan común como incontinencia urinaria, lo que no implica que debamos decidir por ellas, aislarlas o esconderlas… ¡Al contrario! “Son muchos factores, a veces invisibles de lo interiorizados que los tenemos, que hacen que infravaloremos a los mayores. Y eso no es nuevo”. Por eso desde Grandes Amigos llaman a cambiar radicalmente la visión que tenemos de los mayores.
Las carencias de las residencias, al desnudo
A la vista está que la emergencia sanitaria ha dejado al desnudo las carencias que tenían muchas residencias de mayores del país, que han quedado completamente desprotegidas. Y en la oenegé apuestan por darle una vuelta al actual modelo en cuanto pase todo esto. Para ellos existe un error de concepto al considerarlas centros sociosanitarios o sanitarios cuando lo que deberían ser son hogares en los que, llegado un determinado momento, algunas personas deciden continuar su proyecto de vida; con los cuidados necesarios pero sin confundirlas con hospitales: “Ese es el camino, un modelo de atención que ponga a la persona en el centro, y para conseguirlo hay que dotarlas de medios suficientes”. José Ángel Palacios nos dice que ya existen ejemplos de cómo deben ser, lo que hace falta es que se multipliquen “para lo que es fundamental contar con la voluntad de los poderes públicos y de la iniciativa privada y con recursos suficientes”. A la espera de que eso suceda, en un momento de homenajes como el actual, considera imprescindible que se haga un reconocimiento a los profesionales que trabajan en estas residencias, “que se están dejando la piel, exponiendo su salud, para atender a la población más vulnerable a esta enfermedad”.
A esa parte de la población que, “siendo la más amenazada por un eventual contagio, está siendo la más perjudicada; justo lo contrario de lo que tendría que suceder”. Por eso esta organización ha sido una de las que ha pedido un pronunciamiento del Defensor del Pueblo y la intervención de la Fiscalía General del Estado. Están convencidos de que si ha tenido que pasar un tiempo para que se tomara en serio la situación ha sido porque en un principio se pensó que la enfermedad solo afectaba a las personas mayores. Así de duro.
Asegura José Ángel Palacios que hay un poso muy asentado desde hace mucho tiempo que nos lleva a considerar la muerte de los mayores un mal menor. Una afirmación para reflexionar, más todavía teniendo en cuenta que si no cambiamos esa visión nosotros también la sufriremos cuando lleguemos a esa edad. “De ahí lo absurdo de la discriminación por razón de edad, que es también tirar piedras contra nuestro propio tejado”.
“Hay mayores muy preocupados, con miedo”
Desde Grandes Amigos lanzan otro aviso partiendo de lo que han constatado en las últimas semanas. Lo hacen tras destacar que, en general, las personas mayores llevan el confinamiento mucho mejor que el resto: explican que muchas sufrieron la guerra o la postguerra y tuvieron que sacarse las castañas del fuego para salir adelante y reconstruir el país, lo que las dotó de una gran fortaleza y les enseñó a relativizar; también es cierto que el aislamiento no es nuevo para algunas que, por problemas de salud o de movilidad, ya antes de este coronavirus prácticamente no salían de casa o directamente no salían. Alertan de que a una parte de ellas les está afectando el continuo bombardeo, veinticuatro horas del día, con mensajes negativos sobre su esperanza de vida: “Hay que pensar en el impacto emocional, afectivo y psicológico que esa sobredosis de información dramática está teniendo en este segmento de la población, la más vulnerable -insiste- porque nos estamos encontrando con mayores realmente preocupados”. Para tratar de contrarrestarlo, la oenegé ha reforzado el contacto telefónico que mantiene ahora con ellas con equipos de voluntarios que las llaman para tranquilizarlas y, sobre todo, para distraerlas hablando de otras cosas que no son el coronavirus. Y lo hace en colaboración con voluntarios del Colegio de Psicólogos de Madrid, que ayudan telefónicamente a quienes atraviesan situaciones anímicas más complejas.
Ya están analizando todas estas derivadas para amortiguar cuanto antes y en la medida de lo posible el golpe psicológico que supondrá para muchos mayores el levantamiento del confinamiento; pensando también en cómo ha podido afectar a su forma física, porque puede que su escasa movilidad se haya reducido a cero. Todo eso tendrán que trabajarlo. Lo que tienen claro es que, una vez se supere la emergencia sanitaria, mantendrán el nuevo proyecto de acompañamiento telefónico, que “ha llegado para quedarse como complemento a las visitas”. Lo mismo esperan que suceda con el renacer del apoyo vecinal y comunitario que ellos vienen impulsando desde hace años. El Covid-19 les ha traído una ola de solidaridad inmensa y están intentando canalizarla para que se mantenga en el tiempo.