«No quieren verlo y les va a reventar en la cara»

En un vertedero cerca del aeropuerto de la capital del país, a solo unos minutos del centro. Ahí malviven en condiciones infrahumanas más de setecientas personas entre niños -la mayoría- mujeres y ancianos que huyeron de sus casas escapando de la violencia y buscando salvar una vida que pueden perder ahora, como ya está sucediendo. Y está pasando “delante de los ojos de responsables del Gobierno, de las grandes ONGs internacionales y de la propia ONU, sin que nadie haga nada para resolver su dramática situación”. Es lo que denuncia Gilberto Morales, un español que reside en esa misma ciudad, Bamako, capital de Mali, y que se multiplica para ayudarles.

Indiferencia, casi indecencia

De las autoridades, destaca que a pesar de las excusas y de los falsos intentos de explicación, al final “queda claro que hacen la vista gorda y miran para otro lado”, como demuestran las recientes declaraciones del secretario general del Ministerio para la Paz y la Reconciliación tras visitar el asentamiento de Faladie diciendo que no ha visto a nadie que viva mal ni que esté en un basurero. Sí los ve prácticamente a diario Gilberto Morales, que se indigna porque esta misma semana ha muerto una mujer de 58 años que llevaba un año allí y no aguantó más; que no deja de pensar en el pequeño Sekou, hospitalizado con desnutrición severa, que lucha por sobrevivir; que sabe que la gente está muy débil por las condiciones de insalubridad y las enormes carencias con las que tienen que lidiar en su día a día.

No habla mejor de las grandes organizaciones no gubernamentales con presencia en el país, ni de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) “que no hace absolutamente nada más que tomar notas”; asegura que han estado hasta en tres ocasiones en ese lugar y que en la última, hace poco, él se encontraba allí, atendiendo a varios enfermos: “Tuve que decirles que había un niño prematuro que se estaba muriendo para que lo llevasen al hospital. Mi gran sorpresa llegó cuando solo unas horas después me llamaron para avisarme de que no se harían cargo de los gastos médicos del pequeño, que tuvo que estar una semana en una incubadora. Gracias a toda la gente que me apoya económicamente, pude hacerlo yo. Si una organización tan potente como esa no es capaz de ocuparse de un bebé que está a punto de morir ¿qué puede esperarse que haga en este campo de desplazados no reconocido oficialmente como lo que es?”.

Está desbordado, pero él no piensa dejarlos morir

Gilberto Morales explica que cada semana él y su amigo Karl Babin, representante en Mali de la pequeña ONG italiana Bambini nel Deserto, están llevando al hospital a entre seis y doce personas: en su coche alquilado, en taxi o como pueden, haciendo frente a los gastos del traslado, de la hospitalización y del tratamiento, con facturas semanales de 300-400 euros. Cuenta que la mayoría necesitan ser atendidas de enfermedades que en Occidente no tendrían mayor gravedad pero que allí pueden ser mortales, como una niña que tenía las anginas tan inflamadas que moriría al no ser capaz de tragar nada: “Casos como este tenemos muchísimos, la mayor parte, pero hablamos de pagar entre 15 y 20 euros que no tienen por un tratamiento que los cura, y hay que estar ahí para pagarlos”.

Está “desbordado y agotado”, su destino en Bamako termina a finales del próximo mes de enero -como Policía Nacional en la Embajada española- pero no piensa abandonarlos a su suerte. Por eso ha alquilado por seis meses un terreno justo al lado del asentamiento, que le han ayudado a limpiar niños de la calle, para poder instalar allí un pequeño dispensario y también una escuela para dar clase a los pequeños; y ha contratado un equipo médico de tres doctores y una enfermera para que vaya una vez a la semana, “lo que facilitará mucho nuestra labor”. Y va a seguir luchando hasta el final porque alguna de las potentes oenegés que están en el país tome el relevo y empiece a hacer frente -¡por fin!- a la durísima situación que atraviesan a día de hoy más de setecientas personas; o para dejarlo todo listo para que sean las pequeñas organizaciones no gubernamentales que sí le han ofrecido ayuda las que -junto a la de su amigo Karl- se pongan a trabajar sobre el terreno. Para ellas va su agradecimiento más sincero, en especial para la granadina ASMUN – Solidarios por el Mundo, que gestiona las donaciones de quienes colaboran con él; uno de sus miembros ha llegado a Bamako para conocer en primera persona la realidad del campamento de Faladie.

“Hay que resolver el problema no poner parches. Esto es el infierno”

Están salvando vidas pero aun así se queja de que “lo único que hacemos es parchear, porque la solución al problema que sufre toda esta gente pasa por crear un campo de acogida de desplazados en toda regla el que se pueda invertir, fundamentalmente en agua, para que tengan sus cultivos, crien sus animales y sean en definitiva autosuficientes sin tener que depender de la caridad”; donde lo hacen no pueden vivir porque “es un infierno en el que están continuamente expuestos a contraer todo tipo de enfermedades: los llevamos al hospital pero al volver a este basurero aparecen de nuevo la sarna, el cólera, el paludismo, las infecciones cutáneas, los cortes…”. De ahí que reclame un lugar adecuado en el que instalarlos a ellos y a los que van a seguir llegando porque tiene claro que el conflicto armado va para largo y que la población que allí se refugia seguirá creciendo. Recuerda que la primera vez que estuvo en el campamento, hace ocho meses, había alrededor de doscientos niños y cincuenta mujeres, cifras que se han triplicado desde entonces. No se cansa de repetir que hablamos de una urgencia humanitaria que se está produciendo en plena capital del país, no en una aldea perdida donde podría pasar desapercibida, y censura que los principales organismos internacionales “no hagan nada a pesar de que lo saben”. Les advierte que al final tendrán que afrontar el problema que “les va a reventar en la cara, porque cada vez va a llegar más gente desplazada y porque la que lleva tiempo en el campo se encuentra cada vez en peores condiciones y el riesgo de muerte, como se ha visto, es real”.

Quienes sobreviven a duras penas en Faladie son miembros de la etnia fulani, presente en distintos países de África Occidental y considerado el pueblo nómada más grande del mundo, que en Mali está enfrentada desde hace siglos con los dogón: ganaderos los primeros, agricultores los segundos. Las disputas entre ellos, con machetes de por medio, se agudizaron a principios de esta década con la entrada de los yihadistas por el norte, cuando grupos extremistas de fulani se aliaron con los terroristas islamistas para conseguir así su apoyo en los enfrentamientos con sus eternos enemigos, el Gobierno le dio entonces la espalda a la etnia. Dice Gilberto Morales que “eso explica, en parte, la indiferencia de las autoridades ante la penosa situación de los que malviven en ese terrible lugar”, y le suma la corrupción: “Si no va a sacar tajada del pastel, ningún tipo de beneficio por atender a esta gente, el Ejecutivo no se va a preocupar por ella. Si se implicasen las principales ONGs seguro que estaría en primera línea”. Lleva tiempo denunciándolo y piensa seguir. Él, que no soporta “tanta indecencia”, ya no lo puede dejar.

Hace unos días recibía lo que podía ser una buena noticia: un empresario maliense que lo conoció a través de Facebook se comprometía a enviarle un camión con alimentos y material; también a pagar los medicamentos para que el dispensario eche a andar y los arreglos de terreno alquilado. Hoy reciben el gran envío de ayuda humanitaria. ‘Ya no estáis solos’, cuenta que les aseguró este hombre. Ojalá sea así porque les abriría un nuevo horizonte a esas más de setecientas personas a las que los demás han dejado de lado; a ellas y a las que están por llegar.

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