Contentos y emocionados por haber podido compartir tantas risas y alegrías, satisfechos, pero también agotados, física y mentalmente, teniendo claro -eso sí- que en cuanto puedan volverán a compartir su trabajo con aquellos que más lo necesitan. Como acaban de hacer en Líbano, de donde los artistas voluntarios de Payasos Sin Fronteras han vuelto “con el corazón lleno” después de una gira en la que han actuado para casi cuatro mil personas, la mayoría niñ@s refugiados sirios, con un total de quince espectáculos. Hablamos de un país de algo más de cuatro millones de habitantes que es el que acoge más refugiados per cápita del mundo -más de un millón cuatrocientos mil entre sirios y palestinos, según la ONU, casi un millón ochocientos mil, según las autoridades locales- que atraviesa una dura crisis económica, a la que desde hace más de tres meses se suma una crisis social y política sin precedentes, a la espera de que el Parlamento ratifique un nuevo Gobierno que no tiene el apoyo del pueblo, como demuestran las movilizaciones que siguen tomando las calles.
Protestas contra la corrupción que les obligaron a cancelar la primera actuación que tenían prevista al suspenderse aquel día las clases, aunque rápidamente buscaron una alternativa, porque estaban allí para llevar la risa a la mayor cantidad de gente posible. La mayoría había estado antes en Líbano y Luara Mateu Trías nos ha contado que ahora “todo parece menos estable y, con los tanques en pleno centro de la capital, hay menos sensación de seguridad que entonces”. También encontraron más deteriorados los campos de refugiados y las pocas actuaciones que pudieron hacer en ellos -casi todas fueron en escuelas- les resultaron muy chocantes: en uno había dos palmos de lodo, les costó actuar y acabaron de barro hasta las rodillas porque ni siquiera había palés con los que acondicionar una zona, algo con lo que antes sí contaban las organizaciones que trabajaban allí; en otro tuvieron que actuar en un centro social porque no era posible hacerlo fuera. Luara Mateu nos explica que el grupo salió del país con la sensación de que “no solo la situación no ha mejorado con el paso de los años ni se han encontrado soluciones sino que cada vez hay más gente con las mismas carencias. Nosotros hemos hecho lo que habíamos ido a hacer, pero esas personas necesitan otro tipo de ayuda que no les está llegando”.
De lo que han hecho allí, de cómo lo han vivido, hemos hablado: de sentimientos, de sensaciones encontradas y de lo gratificantes que son experiencias como esta “que no se pagan con dinero porque nos hacen sentir mucho más necesarios y útiles en este mundo sin sentido en el que estamos, en el que la risa es imprescindible para sobrevivir”.
Aclara que el espectáculo no solo lo conforman ellos, los payasos, sino también los espectadores, “sin los cuales no somos nada” y, recordando una actuación en la que la meteorología les jugó una mala pasada y acabaron calados hasta los huesos, destaca esta frase escrita en el cuaderno de bitácora de Payasos Sin Fronteras: “Lo que el alma vive en aquel momento, los aplausos de aquellos niños, no se secan tan rápido como el agua ni se olvidan tan rápido como el frío”.
Ya en casa, acatarrada, nos cuenta que la sensación al regresar es la de que te bajan todas las defensas y nos explica que se necesita un tiempo para adaptarse: “Nosotros llegamos un día y al siguiente tuvimos un bolo; para mí fue tremendo porque es como si estuviese medio grogui y sé que no es solo una cuestión física sino, sobre todo, mental”. Aun así, asegura que todos los que participan en alguna de las expediciones quieren repetir, “porque nunca te has sentido tan realizada como cuando actúas para gente que vive realidades tan difíciles”. Más todavía sabiendo que la risa reduce la sintomatología del estrés postraumático en niñ@s que han sufrido una guerra: hace mucho que ellas y ellos lo sabían -“solo tienes que verles la cara”- pero desde hace un tiempo existe la evidencia científica de que eso es así, constatado por la Unidad de Trauma, Crisis y Conflictos de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Luara Mateu será una de las que participe en la próxima expedición, a Etiopía, el mes que viene. A Líbano ha ido con su padre, Tortell Poltrona, con quien para ella es mágico trabajar “porque en el lenguaje de payaso se crean unas sinergias que, después, puedes extrapolar a tu vida personal”, aunque también reconoce que ese vínculo familiar “hace que sea más duro vivir situaciones que, a veces, te superan”. Se queda con lo positivo y dice que aprenden mucho el uno del otro: “Él, que es gato viejo, siempre tiene cosas que enseñarme, pero también yo lo sorprendo con una visión más fresca al ir sin armadura cuando él va más que concienciado de no crear vínculos”. De familia de payasos, está orgullosa de pertenecer a un mundo, el del circo, en el que no se trata de competir sino de luchar por un objetivo común: hacer reír. En Líbano, en Etiopía, en Burkina Faso, En Ucrania, en Colombia…y también, ¡claro!, aquí en España.
P.S. Con Luara Mateu y Tortell Poltrona, en Líbano han estado Diana Pla, Marina Benites y Dani Foncubierta, además del fotógrafo Àlex Carmona, autor de las fotografías que ilustran el post. Toda la información sobre Payasos Sin Fronteras, sus proyectos, cómo podéis colaborar…, la tenéis en su web www.clowns.org