Que los humanos vamos camino de cargarnos el planeta es un hecho cierto (como consecuencia del cambio climático los fenómenos naturales son cada vez más extremos, el Ártico que se va quedando sin hielo, sube el nivel del mar, etc), como lo es que no estamos poniendo lo suficiente de nuestra parte para impedirlo. Esta realidad es todavía más preocupante si analizamos la actitud que mantienen dirigentes como Donald Trump, el príncipe Mohamed bin Salman o Jair Bolsonaro, que no solo no ayudan a revertir esta tendencia sino que pisan el acelerador en la carrera hacia el desastre, por eso “se necesita que la comunidad internacional sea inflexible en la lucha contra el cambio climático y establezca líneas rojas que no puedan saltarse”. Lo dice Javier Andaluz, responsable de clima de Ecologistas en Acción que, al igual que los los expertos de la ONU, alerta de que se acaba el tiempo para actuar y de que la situación es más que preocupante: “al ritmo que llevamos en emisiones de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero, en 11 o 12 años habremos desaprovechado la última oportunidad para evitar que la temperatura global suba 2º C, o incluso más, con respecto a los valores de la época preindustrial, lo que significa que en 2050 ya experimentaremos ese incremento”. Y la cosa no se queda ahí, porque los compromisos que los países pusieron encima de la mesa en el Acuerdo de París -firmado en 2015- y “que ya se ha visto debilitado” en la Cumbre del Clima de Naciones Unidas celebrada el mes pasado en Katowice (COP24), nos condenarán a un calentamiento global de 3,5ºC hacia final de siglo, “con lo que las consecuencias podrían ser catastróficas” ; así lo advierten uno y otros.
Javier Andaluz se queja de que la gente no es consciente de lo negro que se puede volver el futuro más inmediato (y avisa de que debería serlo) porque los efectos del cambio climático hace tiempo que son palpables en nuestro país: recuerda que la temperatura ha subido 1,1ºC desde principios del siglo XX y destaca que “es evidente que vivimos olas de calor más prolongadas que dan lugar a períodos de sequía más intensa cada vez en áreas más amplias, que los incendios forestales y el número de hectáreas arrasadas se multiplican, que hay menos días de lluvia y las precipitaciones son mucho más fuertes y concentradas en Comunidades como la gallega, y un largo etcétera. Y si eso sucede con poco más de 1ºC, ¡qué no veremos con una subida de 2ºC o más!, que se traducirían en 4 a nivel local, en España”.
Un negro panorama a nivel mundial
El Grupo Internacional de Expertos de la ONU sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) alerta de que esos 2ºC más marcan el umbral de no retorno. Explica el responsable de Ecologistas en Acción que los bosques, la tundra, los mares o la nieve que tenemos en la Tierra actúan como reguladores climáticos, bien porque absorben dióxido de carbono (CO2) bien porque reflejan la luz del sol; y añade que “se sabe que superado ese incremento, probablemente incluso antes, esos procesos pueden cambiar tan radicalmente que hagamos lo que hagamos sea ya imposible impedir que lleguemos a otro punto de equilibrio climático”. En ese supuesto, si la temperatura sube 3 o 4ºC, ¿qué? Con ese panorama, “la incerteza es la que manda, pero lo que está claro es que las circunstancias serán claramente peores, porque una atmósfera con más calor es una atmósfera con más energía, y esto implica que todos los fenómenos naturales se volverán todavía más extremos, lo cual representa un grave problema. Eso por no hablar de la cuestión alimentaria, porque se experimentará una importante merma o incluso la desaparición de cultivos fundamentales en la pirámide nutricional como el maíz, la cebada o el arroz”.
En su último informe, debatido en la reciente Cumbre de Polonia, el Panel de Científicos de Naciones Unidas pone sobre el papel una comparativa de las consecuencias que supone una subida de la temperatura global de 1,5 y de 2ºC: afirma que, en el primero de los escenarios, hasta el 90% de las barreras de coral estaría en riesgo de desaparecer, mientras que en el segundo desaparecerían por completo; ese medio grado centígrado a mayores implicaría que varios cientos de millones de personas más se verían expuestas a los riesgos climáticos y condenadas a la pobreza; el nivel del mar aumentaría 10 centímetros más, lo que significaría que otros diez millones de ciudadanos se verían afectados; con un incremento de 1,5ºC -que ya está ahí- ecosistemas como el Mediterráneo tendrán serios problemas porque se duplicarán las consecuencias de la sequía, el efecto imparable del cambio climático hace prever que cuando se llegue a 2ºC se triplicarán, “por lo que serán devastadores”; y si se llegase a 3-4ºC, muchas zonas que ahora son habitables dejarían de serlo, “y hablamos de una importante parte del planeta, sobre todo en las latitudes ecuatoriales e intertropicales”.
La COP24, otra oportunidad perdida
Se da por hecho que el incremento de la temperatura se situará por encima de 1,5ºC porque se necesitarían cambios inmediatos, profundos y sin precedentes para evitarlo (que no parecen estar en los planes de los principales Gobiernos): en los mecanismos de obtención de la electricidad, en el transporte, en la industria y en la agricultura. Las emisiones de CO2, dicen los expertos, tendrían que reducirse hasta un 45% para 2030 con respecto a las actuales cifras, y deberían desaparecer en 2050.
Afirma Javier Andaluz que “la COP24 ha dejado muy claro que no existe voluntad política para implantar las soluciones técnicas que permitirían que se pudiese limitar el calentamiento global”. En Ecologistas en Acción, como en el resto de organizaciones medioambientales y otras ONG, se muestran muy decepcionados no solo porque no se haya avanzado nada en la reciente Cumbre de Katowice sino porque “incluso hemos ido hacia atrás”. Los casi 200 países participantes firmaron una Declaración Final “que salva los muebles, pero lo que se recoge en ella es mucho más flojo que lo contenido en el Acuerdo de París”. Explica que no refrendaron con toda la fuerza con la que deberían haberlo hecho el informe del IPCC sobre el 1,5ºC y que apenas hay referencias a sus advertencias; que dieron una patada hacia adelante al llamado “Diálogo de Talanoa” (un proceso de debate constructivo con propuestas de Gobiernos y sociedad civil para avanzar hacia el cumplimiento de objetivos climáticos que ahora pasa a llamarse “Diálogo de la Ambición”), posponiendo para este año sus conclusiones -que deberían haberse cerrado en 2018-; que la fuerza vinculatoria del texto es prácticamente nula porque, si en París hablaban de “adoptar” o “impulsar”, aquí han optado por “tomar nota” o “apuntar”; y, concluye, tampoco se fijaron objetivos.
A pesar de todo, Javier Andaluz defiende que las Cumbres del Clima sirven para “dar pasos en la buena dirección; pasos que sin ellas no se darían porque para muchos Estados la lucha contra el cambio climático no significa nada y está lejos de sus prioridades” (no así de los pequeños países insulares, que ante la inminencia de su desaparición son los más combativos y los que llevan pidiendo más compromisos desde la Cumbre de Río de Janeiro en 1992). Eso sí, asegura que esos pasos “son insuficientes y están a años luz de los que se necesitan”. La cita de este 2019, la COP25, es en Chile y las perspectivas “no son buenas”.
“Imposible entender la inacción”
Para él “es difícil de entender” que haya líderes mundiales que se nieguen a actuar cuando están viendo los costes de no hacerlo: en vidas humanas perdidas, cada vez con más huracanes, tifones, inundaciones, con sequías más extremas y con incendios más voraces; y en la millonaria factura que dejan tras de sí, pues los diez peores desastres naturales del año pasado relacionados con el cambio climático han causado daños cuantificables en alrededor de 70.000 millones de euros. Asegura que esos líderes saben desde hace más de una década que, de no actuar a tiempo y como hay que hacerlo, “los costes se multiplicarían”. En 2006 se conocía el Informe Stern, encargado por el Gobierno británico al economista Nicholas Stern, que avisó de que se necesitaba una inversión anual equivalente al 2% del Producto Interior Bruto mundial para mitigar los efectos del cambio climático y advirtió que, de no hacerla, el mundo se expondría a una recesión que podría alcanzar el 20% de ese PIB a finales de este siglo. La advertencia era así de clara: “nuestras acciones en las décadas venideras pueden implicar el riesgo de una disrupción de la actividad económica y social durante el resto del siglo XXI y del siguiente de una escala semejante a la de las Grandes Guerras y la Gran Depresión”.
En Ecologistas en Acción insisten en que actuar pasa por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y por apostar por las energías renovables: “lo lleva repitiendo la ciencia desde 1988, cuando se creó el Grupo Internacional de Expertos de la ONU sobre Cambio Climático; lo que hace falta es asumir que esto tiene una serie de consecuencias económicas y que es incompatible con el actual sistema. Se necesita voluntad política para avanzar en la transición hacia un horizonte 100% renovable y cuanto más tiempo tardemos en realizarla mayores serán los costes: porque el petróleo y los minerales se agotan y el cambio climático avanza, y la combinación de estos factores implica que si no somos capaces de realizar ese cambio se hará a la fuerza y con enormes pérdidas sociales y ambientales”.
Cómo estamos en España
Tras calificar de “nefastos” para la lucha por la defensa del planeta las políticas ambientales en los años de Gobierno de Mariano Rajoy, Javier Andaluz se queja de que el Ejecutivo de Pedro Sánchez “siga en las palabras, sin hechos”. Recuerda que la ministra de Transición Ecológica se ha comprometido a ser más ambiciosa en los objetivos de reducción de emisiones de CO2: primero a través de una Ley, después de un Real Decreto que estaría listo en 2018, “y ni una ni otro”; dice que el carbón lo están abandonando las empresas cuando no les salen las cuentas y que no se sabe nada del cierre de las nucleares. Y aclara que, en todo caso, las metas que marca Teresa Ribera distan mucho de las que reclaman las organizaciones medioambientales.
Desde Ecologistas en Acción reconocen que los ciudadanos tenemos nuestra parte de culpa por la falta de concienciación de un sector de la sociedad (recuerda que usar el coche y viajar en avión son las dos medidas que mayor impacto climático tienen), pero destaca que “nuestro grado de responsabilidad con respecto al que tienen las Administraciones es distinto”, ya que es de los poderes públicos de quienes depende que se reduzcan la práctica totalidad de las emisiones derivadas de la movilidad urbana. En España, el sector del transporte es el máximo emisor de gases de efecto invernadero -representa el 26%- e incluimos también al de mercancías, que se realiza mayoritariamente por carretera en lugar de en tren (como ocurre en otros países europeos); y de las Administraciones depende también cerrar las nucleares y acabar con el carbón. Javier Andaluz tampoco quiere dejar pasar la oportunidad de avisar sobre el impacto que la “industrialización del campo y el abandono de los oficios tradicionales está teniendo en el avance sin control del cambio climático”. Todo esto demuestra, dice, que “el ecologismo no es solo lo que necesitamos para salvar el planeta sino una alternativa de vida digna, que además fortalece los círculos más próximos para conseguir una sociedad respetuosa con los límites planetarios, que es el único futuro posible”.