‘Si aquello a lo que llaman infierno existiese no creo que fuese muy diferente de este lugar en el que faltan el espacio, la comida, la higiene y el saneamiento mínimos, la ayuda sanitaria y las oportunidades pero sobran las disputas, amenazas, violaciones, llantos y racismo (…) En Moria non hay lugar para el descanso’. Es lo que escribía hace unos días sobre el campo de refugiados en el que pueden estar hacinadas hasta siete mil personas, muy por encima del doble de su capacidad, Margarita Moreno Toledo, estudiante de Medicina en Albacete recién llegada de la isla griega de Lesbos. Estuvo allí como voluntaria por segundo año consecutivo y le dolió mucho comprobar que en doce meses la situación no había mejorado ni un ápice: “Es horrible, horrible; y es incomprensible y vergonzoso que Europa esté permitiendo que seres humanos estén en unas condiciones tan lamentables en su propio territorio; lamentables hasta el punto de que hayan tenido que levantarse carpas y tiendas fuera del recinto porque dentro era ya imposible o incluso de que haya refugiados que prefieran malvivir en el monte antes que estar en Moria”. Así de duro y así de real, a sólo unas horas de España en avión: “Aunque ya prácticamente no se hable de ello en los medios de comunicación un día tras otro, todos y cada uno, siguen arribando a Lesbos embarcaciones precarias de todo tipo repletas de mujeres, de niños, de mayores y de jóvenes en busca de una mínima oportunidad que les permita tener un futuro. Llegan en condiciones deplorables y sin ninguna pertenencia, porque las mafias a las que han tenido que pagar miles de euros por un viaje al que quizás no sobrevivan aprovechan el espacio que hay en los botes para meter a todos los que pueden, encajados como animales entre docenas o cientos de otros seres humanos en su misma situación, y tan pronto pisan Moria se encuentran con una realidad casi peor que aquella de la que tratan de huir y que parece perseguirles”. Una realidad -nos cuenta- en la que sus problemas de salud se minusvaloran porque son refugiados, en la que muchas veces las raciones de comida que reciben no cubren ni siquiera sus necesidades nutricionales básicas y en la que hay quienes prefieren hacerse sus necesidades encima antes que ir a uno de los pocos baños del campo, por el peligro que eso puede suponer.
“Una muerte en vida”
Duele, entristece, acongoja, angustia… son verbos que Margarita Moreno utiliza para relatar lo que se siente al mirar a la cara a cada una de esas personas de las que hablamos como colectivo -refugiadas- pero que tienen su propia historia detrás, sus proyectos, sus ilusiones, sus familias… “exactamente igual que nosotros pero con una gran diferencia, que ellas están atrapadas, en un stand-by permanente, sin poder avanzar, viendo cómo su vida se atasca porque ni siquiera han tenido la entrevista en la que se jugarán todo su futuro puesto que del resultado va a depender que sean aceptados como solicitantes de asilo”. Lo compara con el tribunal de una oposición ante el que “en lugar de jugarte una plaza de nada te estás jugando tener una mínima oportunidad de vivir; y es vergonzoso que quien los entrevista tenga esa vida en sus manos al final de un proceso interminable y lento, muy lento, que les hace perder años de su existencia -se están dando citas a cinco años vista-, que hace en definitiva que estén perdiendo la vida o que la estén viviendo en condiciones que no permiten darle ese nombre: “Moria era antes una cárcel, ahora lo llaman campo de refugiados cuando se parece más a un campo de concentración donde lo que encuentras son personas muertas en vida”.
Esta estudiante de Medicina que ha estado en dos ocasiones en la isla griega como voluntaria del proyecto de la ONG Acción Directa Sierra Norte para proporcionar comida digna, saludable y completa a unos cuatrocientos refugiados del campo no entiende cómo puede haber quienes promueven el discurso del odio hacia los y las que huyen de la guerra, de ser niños soldado, de ser violadas o perseguidas por ir al colegio por el simple hecho de ser mujeres, de ser mutiladas, torturadas… Cree, y no es la única, que si pasasen solo unas horas en Moria cambiaría su forma de pensar y de sentir porque “en Lesbos duele mirar directamente a los ojos de la gente, duele conocer de primera mano sus historias personales de sufrimiento y darte cuenta de que podrías ser tú la que estuviese en su piel”. Historias como la de Alí, que estudió Ingeniería en Pakistán y cruzó el Mediterráneo para luchar por conseguir sus anhelos poniendo sus ganas de trabajar por encima de todo, “como me sucede a mí con la Medicina -dice Margarita-, y que permanece allí estancado mientras yo paso de curso cada año. Ser consciente de eso te ayuda a sacarte la venda de los ojos y a relativizarlo todo, te lleva a mirar más allá de tu ombligo”. Le gustaría que aquellos que lanzan soflamas contra los migrantes y refugiados instando a quienes los apoyan a llevárselos a casa pisasen Moria para conocer cada caso: el de esa mujer que ha quedado embarazada después de ser violada; el de ese chaval que va descalzo porque ni zapatos tiene que hace que te veas cuando tenías su misma edad y disfrutabas de una infancia que nada tiene que ver con la que él está teniendo; o el de ese anciano que te lleva a pensar en tus abuelos en el pueblo, felices en la última etapa de su vida, mientras él ha pagado miles de euros arriesgándola por una oportunidad que podría quedarse en nada. “Por eso digo que si estuviesen ya no un día sino solo unas horas allí quizás entenderían de qué estamos hablando”.
“Supongo que nadie que pisa Lesbos puede irse del todo de allí”
Habla de la patria de Safo pero sabe que la reflexión puede ser válida para muchos otros sitios en los que hay gente sufriendo lo indecible, porque una vez has conocido esas historias tan tremendas te penetran de tal forma que pasan a formar parte de ti: “Es inevitable no acordarse cada dos por tres de la situación en la que están, de ese dolor, de lo que te han contado y de lo que has podido ver con tus propios ojos. Piensas que mientras tú estás rodeada de comodidades, mientras tú con tu DNI español puedes moverte a tu antojo ellos, por haber nacido en un lugar determinado, por su punto de partida, siguen atrapados y angustiados a la espera de esa ansiada oportunidad para poder demostrar lo que valen”. Han pasado diez días desde su vuelta a casa y explica que cuesta encajar cada cosa en su sitio, llevará tiempo: “Es un choque de realidad brutal que tenemos aquí al lado, pero me doy cuenta de que a mi alrededor muchos lo ignoran, bien porque nunca se han parado a pensar en ello o porque no es agradable y es más fácil obviarlo. Tod@s deberíamos ser conscientes de que esto está sucediendo no lejos de nuestros hogares, de que a la vuelta de la esquina estas personas necesitan ayuda porque ya no es que su realidad no mejore sino que empeora”.
Le dan mucha rabia la inacción de los Gobiernos europeos, la falta de solidaridad y de empatía, la indiferencia ante las muertes de miles de personas que podían haberse evitado, las políticas de externalización del control de fronteras dejándolo en manos de países en desintegración como Libia y las de cierre de puertos, el mantra que repite la extrema derecha de que ONGs como Proactiva Open Arms, Médicos Sin Fronteras o SOS Mediterranée son cómplices de las mafias por rescatar migrantes en peligro de muerte: “O los dejas morir o eres cómplice de los traficantes de personas. ¿Cómo puede pensar alguien así?” Urge a los Estados a que cambien esas políticas que están matando seres humanos y se queja de que “no están haciendo nada por evitarlo, ni por acoger a los que sobreviven, mucho menos por ofrecerles esa oportunidad para asegurarse un futuro”. Esa respuesta que no están dando supone para ella una tremenda injusticia: “No entiendo que nos avergoncemos del Holocausto pero no de lo que está pasando aquí y ahora; seguro que nos causará una profunda vergüenza cuando, dentro de unos años, lo leamos en los libros de Historia pero eso -VERGÜENZA- es lo que tendría que estar dándonos a tod@s en este presente”.
P.S. La fotografía que ilustra el artículo la ha quitado Margarita Moreno Toledo en Lesbos y el dibujo que incluye lo ha hecho uno de los muchos niños que ha conocido allí.