Una cuestión de dignidad

En la semana en la que conmemoramos el septuagésimo primer aniversario de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se ha clausurado en Madrid la cuarta edición de su Festival de Cine y Derechos Humanos, hermanado con el que se lleva celebrando desde hace dieciséis años en Barcelona, que ha podido salir adelante a pesar de no contar con ayudas ni apoyos institucionales -a pocas semanas de empezar ni siquiera tenían dónde proyectar las películas- por el tesón de sus organizadores, que han puesto el dinero de su propio bolsillo: por su compromiso con la defensa de los derechos humanos y de quienes los defienden arriesgando incluso la vida; por su compromiso con la promoción del diálogo y la reflexión, creando espacios para el encuentro; por su compromiso con el público comprometido y con los realizadores que apuestan por poner encima de la mesa temáticas a las que el cine comercial apenas presta atención cuando el cine es una potente herramienta para construir un mundo mejor, más digno, que tenga por banderas la tolerancia, la cultura de la paz y el desarrollo económico sostenible; por su compromiso con la industria, con la ciudad y con el país. Son palabras de su responsable de Comunicación, Oscar Vázquez Vela, que nos ha contado cómo empezó este viaje que emprendió con el director de la muestra, Toni Navarro, que también dirige el certamen de la ciudad condal.

   Quieren que desde Madrid se distribuya al mundo este cine independiente de alto contenido social que ya han llevado a una treintena de países, porque la suya es también una apuesta por la cooperación internacional.

  Para que esta edición viese la luz han corrido una carrera de obstáculos que están muy satisfechos de haber ganado: por los derechos humanos, por la gente y por los directores. Se han proyectado cincuenta películas, les habría gustado que hubiesen sido más, y cuatro se han llevado los premios del jurado. El de mejor cortometraje de ficción ha sido para ‘Zapatos de tacón cubano’, dirigido por Julio Mas Alcaraz, que cuenta la historia de dos adolescentes que, viviendo en un ambiente agresivo, machista y homófobo, deben llevar una doble vida para ocultar su relación y su pasión por bailar flamenco. Como mejor cortometraje documental ha sido reconocido ‘Armonías para después de la guerra’, de Pablo Tosco y Miguel Roth, que demuestra cómo la música ayuda a exorcizar la guerra con artistas que, gracias a la solidaridad, vuelven a tocar instrumentos cuyas melodías sustituyen el ruido lacerante de la violencia en el Kurdistán sirio. El galardón al mejor largometraje español ha sido para ‘Ara Malikian: una vida entre las cuerdas’, de Nata Moreno, que nos acerca a la historia personal del polifacético violinista libanés de ascendencia armenia a quien tanto ayudó la música que ahora lleva por todo el mundo cuando tuvo que huir de la guerra siendo solo un chaval. Dos trabajos, los últimos, “en los que se pone en valor el arte como herramienta para visibilizar pueblos a los que no se les da voz, para reivindicar una cultura de paz”, destaca el responsable de Comunicación del Festival. Y el mejor largometraje para los miembros del jurado ha sido ‘The Cut’, dirigido por Ernest Sorrentino y María Andrés, que aborda a partir de distintas historias la lacra de la mutilación genital femenina a la que siguen siendo sometidas cada año dos millones de niñas.

 Treinta y siete cortos y trece largos en total en los que se tratan desde la situación de los migrantes y los refugiados hasta graves violaciones de los derechos de la mujer, el empoderamiento de los indígenas, el acoso escolar o la discapacidad, con especial protagonismo para la preservación del medio ambiente habida cuenta de la celebración estos días en Madrid de la Cumbre del Clima COP25: la cita la inauguraba el documental ‘Tras las huellas del pasado’, dirigido por Javier Calvo con guion y edición de docentes e investigadores de Aragón, que nos acerca a los mecanismos para analizar la evolución del cambio climático más allá del último siglo; y la clausura ha corrido a cargo de ‘El precio del progreso’, de Víctor Luengo, que llama a reflexionar sobre el actual modelo de producción de la industria alimentaria y su impacto en la salud y el medio ambiente.

  Es para ellos una cuestión de dignidad, un deber, celebrar el Festival de Cine y Derechos Humanos de Madrid y nos dice Oscar Vázquez que no piensan renunciar a él.

P.S. El premio especial del Festival en esta cuarta edición ha sido para la plataforma Niñ@s de la Polio y Síndrome Post Polio, en reconocimiento a una lucha de décadas para que se les reconozcan sus derechos.